Si un día te pido que me entregues tu corazón, no me hagas
caso. Casi seguro que morirías y yo no sabría qué hacer con dos. Quizás uno
para las sístoles y otro para las diástoles, o mejor, uno para la sangre
arterial y otro para la venosa, o tal vez, uno para el día y otro para la
noche, o podría utilizar uno en invierno y otro en verano, o el tuyo, fuerte y
generoso para mis días altruistas y el mío, algo más mezquino, para mis malas
leches. Cómo no me decido y me urge tomar una decisión, mejor no me lo
entregues, prefiero que siga en tu interior, justo algo desplazado a la
izquierda, latiendo sin pausa al ritmo improvisado del jazz o marcando las
notas de un blues.
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