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Sacralizar vs profana, Paco fernández
La religión católica heredó del derecho romano aquello que constituye
su esencia: la norma que prohíbe “usar” las cosas que pertenecen a los
dioses, es decir, lo sagrado. Así estableció un orden jerárquico que,
tras la refutación del maniqueísmo, iba del Bien (Dios) hasta el Mal (la
ausencia de Dios). Y, en medio, quizás un poco más arriba o un poco más
abajo, los hombres, que participan de la divinidad por estar hechos a
su imagen y semejanza, pero, viven lastrados por el estigma del pecado
original. El mapa que representaba este espacio fracturado entre lo
divino, el cielo, y lo humano, el mundo, no siempre ha sido el mismo.
Entre lo uno y lo otro existió el Limbo: emplazamiento ilocalizable tras
ser descartado por la autoridad eclesiástica competente.
El orden jerárquico remite directamente a una operación concreta
denominada sacralización, la cual consiste en captar elementos insertos
en lo humano y dotarlos de una impronta divina. Doble separación que
introduce una fractura entre lo divino y lo humano y pasa, después, a
extraer de lo humano aquellas cosas que serán transferidas al seno de
una esfera separada donde adquirirán un significado transmundano o
divino: el pan que había que besar tras ser recogido del suelo, el vino,
edificios, llamados iglesias, que inicialmente eran puntos de reunión y
ahora son la casa de Dios, y, últimamente, la enseñanza o educación.
Hubo un tiempo pasado en el que la confesionalidad del Estado
establecía que el saber debía estar al servicio del adoctrinamiento
religioso, a imagen y semejanza de la edad de las tinieblas, en la que
la filosofía era una sierva de la teología: en el caso de toparnos con
una contradicción entre lo afirmado por la FE y lo establecido por la
RAZÓN, había que imputarle el error a la razón y dar la razón a la FE.
Ese tiempo casi pasó, y digo casi porque la sombra de la religión, o
mejor dicho, del adoctrinamiento religioso, es larga. No desapareció de
la enseñanza, ni siquiera cuando tuvimos a la izquierda progre en el
poder. No se atrevieron. Es más: tragaron y nos hicieron tragar. Pecaron
y consigo llevan la penitencia. Y como si de un eterno retorno de lo
mismo se tratase, ahora vuelve, con energías renovadas a ocupar ese
lugar, que según algunos, siempre debió ocupar. Ahora, sí, ya con nota y
valor académico. ¿Para qué estudiar filosofía: una tarea de
desmixtificación, si la Verdad, la única Verdad, se va a instalar
definitivamente en las aulas? ¿Para qué fomentar la duda si tenemos la
Doctrina, más fácil de tragar y digerir?
No se debe perder el tiempo en pensar, dudar, reflexionar y criticar.
Se impone una acción: sacralizar o comenzar a transferir los objetos
del uso común a la esfera de lo divino. Así, por ejemplo, la explicación
evolucionista del ser humano, tan frágil y refutable, se sustituye por
la certeza del Diseño Inteligente. Y la moral (laica) se entiende como
una alternativa (perversa) a la moral (adoctrinamiento) religiosa.
Lo contrario de sacralizar es profanar, es decir, volver a poner en
circulación, en el ámbito de lo humano, los objetos que previamente
fueron sacralizados. La profanación restituye al uso común aquello que
la religión había separado y dividido. Los tiempos que corren nos exigen
conjugar el verbo profanar frente al acoso del adoctrinamiento y la
voluntad teocrática. Exigen restituir al ámbito de lo humano todo
aquello que el adoctrinamiento religioso se ha apropiado y ha
consagrado: la moral, el hombre, los valores, etc. Y, ciertamente, para
hacer frente a exorcistas, nigromantes, apocalípticos y doctrinarios,
las herramientas están al alcance de la mano: filosofía, ciencia, saber,
crítica, etc.
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